A finales de 1997, cuando las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) habían comenzado su correría del terror, el entonces precandidato presidencial Juan Manuel Santos visitó a Carlos Castaño en su hacienda de Córdoba. Santos realizó una serie de acercamientos con el fin de que las AUC, las FARC-EP y el ELN entraran en un proceso de paz y desarme definitivo que implicara un acuerdo nacional.
Que un político como Santos hablara con las guerrillas no era inusual, pero darle este tratamiento a los paramilitares era disruptivo y sería el primero de muchos actos que en la práctica le daba reconocimiento al poder que Castaño acumulaba con la guerra y el narcotráfico, especialmente tratándose de una persona sobre la que pesaba una recompensa.
La Comisión de la Verdad le preguntó a Juan Manuel Santos por qué muchos sectores de la élite reconocieron en la práctica a Castaño como un interlocutor político, por qué ir a su finca en Córdoba era usual ante los ojos de todas las autoridades. «Reconozco que todos fuimos cómplices», afirmó el expresidente, 24 años después de aquella visita.