Años después de estar en marcha, el Plan Patriota había alterado drásticamente la correlación de fuerzas, pero las fuerzas militares no habían logrado golpear la dirección de las FARC-EP, lo que llevó a Álvaro Uribe a decir coloquialmente que «la culebra sigue viva» y que su tarea no estaba terminada y se requería una reelección.
Su política de seguridad le había llevado a la cúspide de la popularidad. Sin embargo, la legitimidad, que era el centro de la gravedad de la estrategia, no estaba garantizada. Además de los riesgos para la vida democrática que representó el sistema de hipervigilancia, resulta paradójico que Álvaro Uribe tomara la confianza como el valor esencial de su propuesta de seguridad, mientras los programas concretos de esta se basaban justamente en sembrar la desconfianza y el miedo. Desplazamiento forzado, detenciones arbitrarias, saqueos, asesinatos selectivos fueron la otra cara de la moneda del plan militar que marcó un punto de inflexión en la guerra en Colombia.