Durante más de medio siglo la memoria colectiva de Colombia gravitó en torno a la muerte de Gaitán y los hechos que le siguieron. Si bien La Violencia había comenzado en 1946 (luego de que los conservadores recuperaran el poder), los mayores picos de esta se alcanzaron en 1952 y 1958. No se puede desestimar la responsabilidad de los dos grandes partidos tradicionales, Liberal y Conservador, que contribuyeron a fomentar un clima emocional en el que floreció una cultura política intolerante, que veía al adversario político como un enemigo con el que no se podía transigir.
La revuelta popular de Bogotá fue reprimida por el Ejército y la Policía. De la capital, pronto se pasó a una violencia rural que se concentró en la región Andina, el Caribe y la Orinoquía, y que se convirtió en una guerra civil promovida por un gobierno conservador que usó a la Policía como instrumento partidista y auspició la creación de grupos de Pájaros como los que sembraron de terror el Norte del Valle, donde el gobernador les ofreció a los hacendados la facilidad de crear grupos privados de vigilancia que fueron conformados casi siempre por expolicías.
También los líderes liberales auparon desde Bogotá a las guerrillas, que en poco tiempo se habían salido de las manos de sus jefes en los Llanos, Tolima, Santander, Quindío, Antioquia, entre otros lugares.
1949 fue un año particularmente importante. Como dice Herbert Braun, ese año «oímos el rompimiento, contundente y personal, de los jefes liberales en contra de los conservadores. Los liberales están al borde del abismo, ad portas de perderlo todo; los conservadores, confiados, a punto de imponer su orden sobre el país, y su jefe, Laureano Gómez, rumbo a la presidencia»” (Braun, La Nación Sentida, 33).