El rol de la sociedad civil en todas sus formas ha sido determinante para ponerle fin a la guerra y hacer la paz. Primero que todo, con el voto. El Frente Nacional, la Constitución de 1991 y el Acuerdo de Paz de 2016 fueron posibles por el voto de los ciudadanos.
Además del voto, un segundo elemento ha sido la participación directa que ha impelido y empujado las reformas. La voluntad política para el cambio y la paz ha sido construida en el debate público y con la movilización social. Paulatinamente, y en idas y venidas, esa ciudadanía que se ejerce de manera directa ha logrado un espacio en la democracia.
Además de lo anterior, nunca ha sido posible la reforma ni la paz si no concurren a los procesos de cambio, de manera dialéctica, sectores de las élites al tiempo que de la comunidad que busca empoderamiento. La paz en Colombia no se ha logrado nunca sin el concurso de sectores de la sociedad civil que tienen y mantienen privilegios. Ello ha implicado rupturas en el seno de la cofradía de los poderosos aunque, hay que reconocerlo, poco duraderas. La Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo, la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo o la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de Juan Manuel Santos son ejemplos de esas fisuras en el poder para bajarle presión al conflicto social y armado.