El momento cúspide del ímpetu reformista liberal se vivió con Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y su Revolución en Marcha. López intentó sentar las bases de un Estado social de derecho en un modelo intervencionista, cuya consigna era el uso social de la propiedad privada, y una reforma tributaria, que gravaba el patrimonio y las utilidades. En el plano político amplió la base de votantes, promovió la educación laica, la separación del Estado y la Iglesia y la libertad de prensa. Probablemente lo más «revolucionario» es que propuso una reforma agraria, consagrada en la Ley 200 de 1936.