La República Liberal (1930-1946) fue un primer intento de crear instituciones por encima de las identidades partidarias con poco éxito. Si bien el cambio de gobierno fue aparentemente pacífico, desde los primeros meses se fue incubando la violencia política que estalló como guerra civil a finales de los años cuarenta. Esta violencia subterránea generó estallidos importantes en Boyacá, Santander y Caldas, entre otros lugares, y tuvo como trasfondo la disputa entre liberales y conservadores por los cargos públicos, unos por mantenerlos y otros por alcanzarlos en lo que sería la consolidación de una nueva hegemonía, esta vez liberal.
Esta situación reflejó otra de las fallas geológicas del nuestro régimen político: los serios problemas que han tenido las élites y la sociedad para aceptar el pluralismo y la alternancia de poder.
Algunos ensayistas de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (CHCV) reconocen que en la primera mitad del Siglo XX había más partidos que Estado. Ante la dificultad del Estado de ser el agente principal de la construcción de la nación, los partidos liberal y conservador fueron los intermediarios entre este y la sociedad, al punto en que se convirtieron en dos subculturas que organizaban múltiples actividades de la vida cotidiana y que se transmitían de generación en generación.
Desde estos días se pueden rastrear profundas disputas entre dirigentes y facciones al interior de los partidos que en distintos momentos se saldrán de las manos y serán claves para comprender tanto el origen de La Violencia como el desarrollo del conflicto armado contemporáneo.
Los liberales, inspirados en parte en el New Deal de Franklin Delano Roosvelt, que sacó de la depresión a Estados Unidos, apostaron por reformas modernizantes para lograr una industrialización y la creación de un mercado interno fuerte, así como un Estado basado en libertades individuales por encima de los partidos. Pero chocaron con la tendencia conservadora de las élites, incluyendo las liberales.
En la República Liberal se mantuvieron los estados de excepción y al finalizar sus días se acrecentaron los episodios represivos contra las huelgas. El más grave ocurrió en 1945 contra Fedenal, sindicato de influencia comunista que agrupaba a los trabajadores del río Magdalena. Un dirigente sindical dijo ante la Comisión de la Verdad que el Gobierno (en ese momento el presidente era Alberto Lleras Camargo quien estaba en reemplazo de Alfonso López) intentó reprimir la marcha «con el argumento de que no podía «permitir dos gobiernos: uno en Bogotá y otro en el Río Magdalena. Desde ese momento comienza en Colombia una verdadera persecución anticomunista». (Entrevista 224-VI-00039. Hombre, Víctima, Político).
María Tila Uribe Marta Ruiz