El paro cívico nacional de 1977, que paralizó a Bogotá y a otras ciudades del país, creó la ficción de que la insurrección popular, y por ende el triunfo de la revolución estaba cerca. Esto hizo que tanto el Gobierno como las guerrillas tomaran decisiones radicales que convertirían la guerra insurgente, que era hasta ese momento un conflicto localizado territorialmente y de baja intensidad, en un proyecto nacional. Mientras tanto, el narcotráfico se abre espacio y se conecta con los ánimos de guerra.
Tras el paro cívico de 1977, tanto los gobiernos como las guerrillas terminaron interpretando el malestar social desde las lógicas de la guerra, en una doble lectura que resultó fatal para las víctimas. De un lado, las Fuerzas Militares y el Gobierno percibieron la inconformidad social como la inminencia de una insurrección alentada por las diversas guerrillas del país. A su vez, las guerrillas creyeron que efectivamente el pueblo estaba listo para la revolución y que se requería llenar de armas los campos y las ciudades: «El M-19 dijo que lo que hay que hacer es conseguir armas, porque el pueblo estaba listo para hacerse matar en las calles y si los mataban era porque no tenían armas. Y las FARC dijo más o menos lo mismo y el Ejército igual. Entonces sin que el conflicto armado estuviese tan dimensionado, los actores principales sí lo tomaron como un proceso con perspectivas militares, por eso es que actuaron de esa forma» (Entrevista 118-PR-02464. Hombre, defensor de derechos humanos, experto)
En medio de los preparativos para la primera oleada de violencia insurgente y contrainsurgente, de forma muy temprana una nueva élite económica asociada al tráfico de drogas buscaba espacio social, político y económico y rápidamente se conectó con los ánimos de guerra.