Aunque hubo notables intelectuales perseguidos en la cacería que se desató con el Estatuto de Seguridad, la peor parte la llevaron los campesinos y pobladores de territorios estigmatizados con el apelativo de «zona roja», donde los militares tenían la potestad de controlar la vida cotidiana de las personas.
Por la persecución que generó el Estatuto de Seguridad, se produjo la primera ola de exiliados colombianos, muchos de los cuales jamás regresaron al país. Uno de ellos fue Gabriel García Márquez. A finales de marzo de 1981 el escritor tuvo noticias de que la inteligencia de la Policía y del Ejército le buscaban nexos con el M-19. Para entonces él había usado su prestigio literario para denunciar las violaciones de derechos humanos que estaban ocurriendo en Colombia, lo que produjo respuestas airadas del Gobierno. Decidió irse del país al enterarse de que le seguían los pasos por los viajes que frecuentemente hacía como parte de su labor cultural a Cuba y a Panamá. Pocos meses después, en noviembre de 1982 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura.
Después de salir del país, el autor de Cien años de Soledad escribió una columna en El País de España, en la que explicó su decisión y daba los siguientes argumentos: «La verdad es que las voces de que me iban a arrestar eran de dominio público en Bogotá desde hacía varios días y -al contrario de los esposos cornudos- no fui el último en conocerlas. Alguien me dijo: “No hay mejor servicio de inteligencia que la amistad”».
La población civil de estas regiones fue tratada como enemigo potencial, con restricciones a la movilidad, bajo control estricto de la cantidad de mercado que podía ingresar a las veredas y con frecuentes golpes e insultos.
La potestad que tenían los militares de controlar la vida cotidiana en ciertos territorios, con el tiempo y en función de la pacificación, permitió convertir las poblaciones en zonas de operación militar.
Las consecuencias de las detenciones y torturas colectivas fueron la radicalización de las personas pertenecientes al movimiento social y la desarticulación del mismo movimiento: «Muchos ya en la cárcel, muchos se fueron a las guerrillas, mucha gente se fue huyendo a la persecución. Y lo que hicieron fue aumentar a la guerrilla. ¿Sí ves?» (Entrevista 083-VI-0006. Estudiante en la época, Mujer, Víctima).
Una parte significativa de los jefes guerrilleros de las FARC-EP que firmarían el Acuerdo de Paz en 2016 y muchos mandos de frentes se incorporaron a la guerrilla justamente por esta época y, según su narrativa, lo hicieron como consecuencia del Estatuto de Seguridad. Así lo relataron un comandante del Bloque Caribe* y Pastor Alape**, ambos de las FARC-EP. En ambos casos, estos jóvenes convertidos en guerrilleros se quedaron en las filas insurgentes hasta el final de la guerra en 2016. (Entrevista: 300-PR-03068. Hombre, excombatiente del Bloque Caribe de las FARC, compareciente)