Para lograr los objetivos que se habían trazado, las guerrillas necesitaban dinero. Para cuando Belisario Betancur enarboló la bandera blanca, todas ellas se financiaban con el secuestro, una de las prácticas más degradantes e inhumanas llevadas a cabo a nombre de la revolución, que era profundamente rechazado en la sociedad y motivo para que muchos sectores, especialmente del empresariado, desconfiaran del naciente proceso de paz.