El 10 de agosto de 2003, el nuevo presidente se trasladó a Pasto, donde inauguró el primero de más de 305 Consejos Comunitarios que adelantó en sus ocho años de gobierno. Estas performances afincaron un modo de gobierno directo y pragmático que intentaba brindar soluciones sin la intermediación de los políticos o gobernantes regionales, aunque muchas de estas no eran del resorte del presidente y resultaron más demagógicas que reales. Los Consejos eran por excelencia los espacios de la pequeña política: podían durar un día entero, asistía Uribe y escuchaba las demandas de la comunidad, luego interpelaba a los funcionarios, ya fuera en persona o por teléfono, y les exigía cuentas y compromisos en público. Todo esto en coliseos y plazas públicas de los municipios y bajo el cubrimiento del Canal Institucional.
El suyo era un modelo de Estado basado en lo que él mismo ha definido como un triángulo de confianza: seguridad, inversión y cohesión social. Era una fórmula que había aplicado como gobernador de Antioquia. Si el rasgo que tenía el Estado colombiano a lo largo de su historia era la falta de presencia y control territorial, el nuevo gobierno buscaba recuperar ese control en regiones estratégicas o al menos crear el imaginario de que se estaba recuperando el monopolio de la fuerza para garantizar el modelo de exportación de materias primas. Ese control se lo arrebataría por la vía militar a las guerrillas, mientras con los paramilitares la ruta era el desarme, acompañado de la legalización política y económica.