El movimiento insurgente transitó dividido entre unos que apostaban por la insurrección armada y la revolución socialista, y otros por abrir la democracia a través de acuerdos de paz y reformas. Este cambio tiene que ver con un contexto internacional favorable a las transiciones pacíficas: cayeron las dictaduras del Cono Sur, tomaron fuerza las corrientes eurocomunistas y socialdemócratas, entró en declive la Guerra Fría, se derrumbó el socialismo y las guerras de Centroamérica se decantaron hacia soluciones negociadas.
En la noche del 9 de noviembre de 1989 miles de habitantes de la parte oriental de Berlín, Alemania, fueron hasta el muro que dividía la ciudad desde hacía casi tres décadas y lo destrozaron con martillos, picos y mazos, en medio del júbilo colectivo. Nadie los detuvo: no había militares ni tanques de guerra, menos aún concertina. El muro era tan anacrónico como la guerra que lo había creado. Pocos meses después se dio la reunificación de Alemania Oriental y Occidental, se disolvió la Unión Soviética, los países socialistas hicieron tránsitos difíciles y diferenciados hacia sistemas de competencia electoral y economía de mercado. El socialismo se derrumbó en cuestión de semanas y con él la Guerra Fría. Poco después cayó el régimen del apartheid en Sudáfrica y se abrieron procesos de negociación de conflictos armados en Irlanda, Filipinas, El Salvador y Guatemala. Si el siglo XX había comenzado con la Primera Guerra Mundial seguida de la conmoción que significó el triunfo de la revolución bolchevique, ahora se cerraba con el fin del proyecto comunista y con una legitimación de la democracia representativa, por lo menos en el mundo occidental.