Esta degradación fue expresada también por un militar entrevistado por la Comisión de la Verdad en un relato que deja entrever cómo los discursos de heroísmo de las acciones militares, de la eliminación y la deshumanización del otro como enemigo y una dolorosa clasificación de personas prescindibles bajo justificaciones clasistas y estigmatizantes, fueron un factor transversal a los casos de falsos positivos. «Esa era una época en la que estábamos endiosados, teníamos el poder y lo obnubila tanto, le nubla a uno tanto su visión y uno está tan obnubilado, tan me crecí, soy un teniente del Ejército Nacional y estoy dando bajas y recibo condecoraciones y todo el mundo me aprecia, que se pierde el respeto por la vida y se pierde el valor por la vida de las demás personas. Se llega a pensar, por ejemplo, que la vida de esas personas no vale y nadie las va a llorar y nadie se va a preocupar por ellos. Esto es un cuento de terror gigantesco. Es un libro que coges y lo exprimes y va a salir sangre. No nos importaba nada. No nos importaba nada la vida de las demás personas» (Entrevista: 185-PR-03211. Actor armado, militar Brigada 17, compareciente).
Esta narrativa también se hacía presente en los cursos impartidos a los uniformados. Algunos testimonios señalan que en la Escuela Militar se enseñaba a rematar guerrilleros en estado de indefensión y se inculcaba el valor que tenían las bajas en las operaciones militares. «Nos llegaron a explicar que si uno le disparaba de muy cerca a una persona, los residuos de pólvora podrían determinar que fue sevicia o que fue ejecutado de una forma no convencional. Entonces capitanes explicaban "usted póngale un costal o póngale un trapo a la trompetilla del fusil, para que cuando el disparo salga, no le quede el tatuaje al guerrillero y así parezca que fue un disparo desde lejos» (Entrevista: 185-PR-03211. Actor armado, militar, compareciente).