La guerra no es inherente a la sociedad colombiana. Tampoco podemos hablar de una naturaleza violenta o no violenta de los colombianos. La guerra obedece a factores políticos, económicos, sociales y culturales que no son estáticos ni configuran una condición inamovible e insuperable.
De cómo se aborden las reformas estructurales y el narcotráfico depende que desactivemos un nuevo ciclo de guerra. Lo importante es que se puso a andar un proceso de paz que ha soportado ataques y ha tenido obstáculos de todo tipo. Un proceso que ha bebido de la experiencia de 50 años de arreglos pacíficos en el país, así como de la experiencia internacional. Lo ocurrido en La Habana condensa éxitos y fracasos de anteriores negociaciones, por eso es un buen instrumento para lograr la paz.