Entre los narcotraficantes y los políticos había una convergencia de intereses que llevó a una temprana tolerancia de los partidos con las mafias. En un país cuya abstención ascendía a 52%, comprar el voto se volvió una práctica recurrente.
Los políticos en las regiones tenían como sustento de su poder las redes clientelares. Dominar el aparato del Estado les era necesario para la subsistencia de esas redes que garantizaban su permanencia en el poder y el mantenimiento de sus privilegios.
Los narcotraficantes emergieron como agentes de una economía ilícita que estaba ampliamente tolerada. Para comienzos de los años ochenta buscaron la forma de ingresar al establecimiento y legalizar su poder a través de la política y los negocios. Tenían ejércitos privados para cuidar sus rutas y negocios y ejercían violencia en función de ellos. Eso cambió cuando se encontraron con la guerra. Las guerrillas tocaron sus intereses y a partir de entonces un sector de estos se sumó a la guerra contrainsurgente.