La pacificación del Frente Nacional quedó atrapada en la Guerra Fría. Si bien logró modernizar parcialmente el Estado y permitió la integración de los liberales a la democracia y la alternancia entre los dos partidos sin violencia, la construcción de la enemistad en el marco comunismo-anticomunismo, creó las condiciones para avivar el fuego en unas cenizas que no se habían enfriado aún. La milimétrica repartición del poder y la automática alternancia pacificaron, pero también homogenizaron la política y dejaron por fuera a unos sectores que estaban pujando por cambios.
Además de movimientos urbanos y rurales que no se acomodaban al bipartidismo y reclamaban su lugar en la arena política, un sector más radical buscó en las armas la vía para llegar al poder y transformar el Estado: insurgencias como las FARC, el ELN, el EPL y el M-19 comenzaron a formalizarse. El surgimiento de nuevas expresiones ciudadanas y de estas guerrillas fue interpretado por los gobiernos de turno como una amenaza al orden público y como tal fue enfrentado. En este contexto de lucha contra un enemigo interno, el Estado también sentaría las bases legales del fenómeno paramilitar.