Álvaro Uribe llegó a la Presidencia en el 2002 con 54% de los votos en primera vuelta y mantuvo un alto índice de favorabilidad -entre el 63% y 85%- durante sus ocho años de mandato. Desde los primeros días, delineó lo que iba a ser su estrategia militar, su estilo para gobernar, su agenda política y su tipo de propaganda oficial. Al tiempo, en la ciudadanía, en las Cortes y los demás poderes del Estado se activaron varias alertas sobre las líneas rojas que la democracia imponía a sus planes.
La elección de Álvaro Uribe estuvo acompañada de un realineamiento político que terminó con el centenario sistema bipartidista liberal-conservador, pues se presentó a nombre de un efímero movimiento: Primero Colombia, fundado por su primo Mario Uribe.
El día de la posesión presidencial quedó claro que lo que venía para el país era el capítulo definitivo de la guerra. La tarde de ese 7 de agosto de 2002 las FARC-EP lanzaron varios morteros contra la Casa de Nariño durante la ceremonia de posesión. Aunque hubo heridos leves y las cornisas del Palacio de Nariño sufrieron rasguños, estas armas rudimentarias e imprecisas cayeron a unas cuadras del centro del poder, en el Cartucho, la zona más deprimida de Bogotá. Murieron 23 personas y 30 quedaron heridas.
Poco antes de que se rompieran los diálogos de El Caguán, Jorge Briceño (miembro del Secretariado de las FARC-EP) dijo ante las cámaras de televisión que las FARC-EP iban para las ciudades, que en la selva solo quedarían las dantas, boas y pajuiles. «Allá nos pillamos», fue la sentencia del jefe guerrillero. La idea que tenían los dirigentes de ese grupo insurgente era que, si el conflicto no se llevaba a la ciudad y a los centros del país integrados a la economía, las élites en el poder no volverían a sentarse a la mesa de negociación. Ese día parecían estar cumpliendo la profecía.
Uribe buscaba lo contrario: proteger las ciudades, la economía y expulsar a la guerrilla hacia lo profundo de la selva. Allí se desarrollaría la guerra en los años siguientes, mientras en las ciudades la batalla sería ideológica, política e internacional.